Jorge Luis Borges y los espejos






El evidente rechazo de Borges por los espejos se inició en la infancia. Con los años fue pasando por tantas capas de racionalización que aquel temor atávico, primordial, terminó envuelto en sus brillantes explicaciones de orden metafísico:

Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. Su infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía.




El miedo a la oscuridad es frecuente en la infancia, también a los monstruos debajo de la cama, y a un sinfín de criaturas que lo llevan a uno en una bolsa de arpillera y lo alejan de su madre, ¿pero a los espejos? ¿Quién le tiene miedo a los espejos. ¿Y por qué?



Durante una conferencia de 1971 el propio Borges aclara el origen de sus temores:


Cuando era niño tenía en mi habitación tres grandes espejos que me inspiraban gran miedo, porque a la tenue luz del cuarto me veía tres veces y temía mucho el pensamiento de que quizá esas tres formas pudieran comenzar a moverse por sí mismas.


En Los espejos se versifica sobre esta cuestión:


Nos acecha el cristal. Si entre las cuatroparedes de la alcoba hay un espejo,ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejoque arma en el alba un sigiloso teatro.



Es decir que el miedo de Borges a los espejos es una síntesis de su verdadero temor al desdoblamiento, es decir, al Doble, al Doppëlganger, a la inquietante posibilidad de que nuestro reflejo en el espejo pueda moverse con descarada autonomía; o peor aún, a que sea el Otro, el Doble, el original, y nosotros la mísera réplica.





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