'PIENSAN CON LA CABEZA Y NO CON EL CORAZÓN'
El corazón tiene razones que la razón no entiende.
Pascal
Vidas cargadas de sentido
En su autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos, el psicólogo Carl Jung narra un episodio indeleble que hoy es aún más relevante de lo que fue en su época, y un tanto inquietante. Jung viajó a África, a la India y a Nuevo México para encontrarse con personas no europeas y aprender de ellas, particularmente de su relación con los sueños y los mitos.
En su autobiografía relata un encuentro con el líder de un pueblo de los indios de Taos en Nuevo México, llamado Ochwiä Biano (Lago de Montaña). En este texto se pone de manifiesto algo que no creo que escape a nadie: nada hay más miserable, más deprimente y digno de lástima que una vida sin objeto. Si la vida pierde su sentido, su razón, se convierte en una sucesión de momentos insoportables y vanos, indignos de ser vividos. En las sociedades tradicionales el hombre siempre ha tenido un sentido, no sólo ontológico, sino también cosmológico. Como bien dice Jung, al lado de una visión del mundo así, “no podemos sino sentirnos impresionados por nuestra miseria”.
«Mira», decía Ochwiä Biano, «lo crueles que parecen los blancos. Sus labios son finos, su nariz puntiaguda, sus rostros los desfiguran y surcan las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan? Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos».
Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos.
Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera en mi vida me pareció que alguien me había trazado un retrato del auténtico hombre blanco. Era como si hasta entonces sólo hubiera recibido impresiones teñidas de sentimentalismo. Este indio había acertado en nuestro punto vulnerable y señalado algo para lo que estamos ciegos. Sen¬tí nacer en mí como una niebla difusa, algo desconocido y, sin embargo, entrañablemente íntimo.
Después de esto, Jung cuenta una visión en la que irrumpieron "legiones" en la niebla de su mente. Vio "las facciones angulosas de Julio César, Escipión, Pompeyo"; grandes armadas conquistando a pueblos primitivos; San Agustín predicando "a punta de lanzas romanas"; Carlomagno, Cortés, Colón, etc.; el fuego, la espada, el aguardiente y la sífilis expandiéndose.
Este encuentro en uno de los tejados del pueblo Taos, viendo el Sol, se grabó para siempre en la mente del psicólogo suizo, quien luego mantuvo una correspondencia con Lago de Montaña, la cual ha sido documentada. Jung notó que, en el caso de la civilización racional occidental, "el conocimiento no nos enriquece; nos remueve del mundo mítico en el que antes nos sentíamos en casa por derecho de nacimiento". Y agrega que aunque nos parecen supersticiosas las creencias de los pueblos primitivos, nuestra civilización también se basa en cosas que, si las analizamos bien, son igualmente irracionales, pero que no tienen el beneficio de brindarle sentido a nuestras vidas, puesto que nos separan de la participación mística con la naturaleza. A fin de cuentas, en el inconsciente el hombre occidental es tan arcaico como los nativos americanos o las tribus africanas. Pero el hombre occidental no le da importancia a ese sustrato psíquico. Y esta es su gran pérdida: no vivir intensamente, siguiendo a su propio corazón, dejando entrar las imágenes del inconsciente. ¿Quién puede hoy realmente ver con el corazón? Y más aún, ¿quién cree hoy que sus sueños tienen significado y las cosas con las que se encuentra revelan un mensaje del alma?
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