La Danza de la Muerte. Johann Wolfgang von Goethe




Johann Wolfgang von Goethe (28 de agosto de 1749 - 22 de marzo de 1832) era un escritor, filósofo, poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán. Autor de obras tales como "Fausto", "Werther", "Viaje a Italia". Está en la misma relación con la cultura de la época que comenzó con la Ilustración y continúa hasta nuestros días como William Shakespeare con la cultura del Renacimiento y Dante Alighieri con la cultura de la Alta Edad Media.





En palabras de George Eliot (1819-1880) fue «el más grande hombre de letras alemán... y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra». Su obra, que abarca géneros como la novela, la poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores, siendo incalculable en la filosofía alemana posterior y constante fuente de inspiración para todo tipo de obras. Su novela Wilhelm Meister fue citada por Arthur Schopenhauer como una de las cuatro mejores novelas jamás escritas, junto con Tristram Shandy, La Nouvelle Heloïse y Don Quijote.​ Su apellido da nombre al Goethe-Institut, organismo encargado de difundir la cultura alemana en todo el mundo.



La Danza de la Muerte.


El guardián miró hacia abajo en medio de la noche:
Sobre las tumbas que yacen dispersas allí,
Con su luz plateada la luna llenaba el espacio,
Y la iglesia como el día parecía brillar,
Entonces vió, primero una tumba, y luego otra que se abría,
Y hombres y mujeres fueron vistos al avanzar,
Envueltos en pálidas y níveas mortajas.
Apurados por correr pronto doblaron los tobillos,
Girando en rondas y danzas tan alegres,
El joven y el viejo, el rico y los pobres.
Pero las mortajas les molestaban,
Y como la modestia no puede perturbarlos,
Se sacudieron, y pronto aparecieron los sudarios
Dispersos y confusos sobre las tumbas.
Entonces agitaron las piernas, estremecieron los muslos,
Mientras la tropa con extraños gestos avanzaba,
Los gritos y clamores se elevaron alto,
Hasta que el tiempo y la danza marcaron el mismo ritmo.
La vista del guardián parecía abrumada de maravillas
Cuando el villano Tentador le habló así al oído:
Aprovecha una de las mortajas que allí yacen.
Rápido como el pensamiento la tomó y huyó
Detrás del portal de la capilla a toda velocidad;
La luna seguía derramando su blanquecina luz
Sobre la danza que temerariamente se desarrollaba.
Pero los bailarines se fueron retirando uno a uno,
Y sus mortajas, mientras se desvanecían, reposaron,
Y bajo el césped todo estuvo tranquilo.
Pero uno de ellos tropieza y queda tendido allí,
E intenta alcanzar el sepulcro con desesperación;
Sin embargo, sus camaradas lo ignoraban,
Y él percibió el aroma del sudario en el aire.
Así que agitó la puerta, pues el guardián se protegía,
Para repeler al enemigo, bajo el bendito peso
De las cruces de metal.
El sudario debe conseguir, pues sin él no hay descanso,
Permaneció unos instantes reflexionando
Sobre los ornamentos góticos que el espectro ansiaba.
¡Pobre guardián! ¡Su destino está sellado!
Como una larga y espantosa araña, en súbito andar,
Así avanzaba el pérfido y espantoso gusano.
El guardián tembló, y la palidez lo sobrecogió;
Mientras el fantasma buscaba su sombría mortaja,
Cuando al final (ahora nada puede salvarlo)
En un diente de hierro fue capturado,
Cuando el luctuoso brillo de la luna se apagaba,
Cuando sonoro estalló el trueno de la campana,
Desvaneciendo el esqueleto, deshecho en átomos.






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